Por: Mg. Horacio Alexander Alva Villarreal
Comunicador Social
En tiempos donde la desconfianza hacia el Estado crece y la ciudadanía reclama más eficiencia y transparencia, es urgente reflexionar sobre el verdadero rol del funcionario público. Más allá de definiciones técnicas, el servicio público es una vocación que implica comprensión del bien común, compromiso ético y una voluntad constante de mejora.
La Administración Pública (en todos sus niveles), en su concepción moderna, no es solo una maquinaria burocrática. Es el brazo operativo del Estado que transforma decisiones políticas en realidades concretas. Esa transformación depende, en gran medida, del actuar de quienes están al frente: los funcionarios.
No obstante, durante años, el modelo tradicional priorizó la estabilidad sobre la eficiencia, generando una cultura organizacional resistente al cambio, negligente, lenta, poco profesional y sobre todo conformista. Esto ha derivado en una percepción ciudadana que asocia lo público con lentitud, ineficiencia o incluso corrupción.
Frente a ello, la Nueva Gestión Pública propone un nuevo paradigma: uno centrado en resultados, orientado al ciudadano y guiado por principios de transparencia, responsabilidad y participación. No se trata de privatizar la gestión, sino de profesionalizarla.
En este nuevo marco, el funcionario público ya no puede ser visto como un simple tramitador de expedientes. Su rol exige competencias técnicas, pero también habilidades blandas: empatía, escucha activa, liderazgo, capacidad profesional y pensamiento crítico.
El saber servir, entonces, se convierte en una filosofía de acción. Implica comprender que cada decisión administrativa afecta vidas concretas. Implica dejar de ver al usuario como un «beneficiario pasivo» y reconocerlo como un ciudadano con derechos.
Revalorizar la función pública pasa también por repensar la formación de los servidores. Las universidades deben formar profesionales con sentido ético, vocación de servicio, honestos y conciencia social, más allá del dominio de leyes y procedimientos.
Asimismo, el Estado tiene la obligación de crear condiciones institucionales que favorezcan la meritocracia, la innovación y la evaluación constante del desempeño. Un servidor motivado, valorado y bien capacitado rinde mejor y sirve mejor. Ya que solo así podremos combatir la mediocridad que se entornilló en un puesto del sector público gracias a sus padrinos o tarjetazos de políticos de “medio pelo”
Pero también la ciudadanía debe reconocer que los cambios profundos en la administración requieren tiempo y participación activa. Exigir un mejor Estado implica también involucrarse, fiscalizar y construir desde lo colectivo.
Hoy más que nunca, la Administración Pública necesita de servidores con conciencia y mucho profesionalismo. Personas que entiendan que servir no es solo una función, sino una responsabilidad ética y moral frente al otro.
Por ello, repensar al funcionario público es apostar por una democracia de calidad. Una donde el poder se ejerza con humildad, el conocimiento se ponga al servicio y la gestión se oriente al bienestar común.
Servir es un arte. Y como todo arte, requiere pasión, técnica, disciplina y, sobre todo, sentido humano crítico. Que nunca lo olviden quienes eligen trabajar para lo público.