Por Wilson Aranda Roncal
¡Murió el presidente! ¡Viva el dictador!, ¡Murió el dictador! ¡Viva el presidente! La reciente muerte de Alberto Fujimori evidenció la polarización que su polémica figura causaba, causa y causará por mucho tiempo en nuestro país.
Y es que, así como marcadas son las posiciones antagónicas de quienes lo defienden y de quienes lo denuestan, igualmente fueron las decisiones políticas que tomó el exmandatario: o blanco o negro, sin matices, no había lugar para el tono gris.
Justamente, ese pragmatismo con rasgos autoritarios y dictatoriales es lo que le sirvió a Fujimori para dos acciones cardinales de su gobierno: romperle el espinazo al terrorismo de Sendero Luminoso y del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (que sus defensores llaman “conflicto armado interno”); y, en segundo lugar, a través de un “paquetazo” (“Fujishock”), conseguir que nuestra economía reflotara y Perú vuelva a estar dentro del sistema financiero mundial.
En julio de 1990, el “Chino” recibió del exjefe del Estado Alan García Pérez un país en llamas, inviable por las acciones del terrorismo comunista y una economía destrozada con una hiperinflación de 7 000% e inelegible para créditos internacionales por la política patriotera de García.
La mayoría de la gente que vivía “rascando la olla” y haciendo colas para arroz, azúcar, leche, fideos, tras el “Fujishock”, de golpe tendría que pagar miles de depreciados intis más por los víveres. El pan nuestro de cada día que costaba 9 mil intis, pasó a costar 25 mil, la lata de leche evaporada pasó de 120 mil intis a 330 mil. La gasolina multiplicó su precio por 30.
La colosal victoria de nuestras fuerzas armadas, Policía y sociedad democrática sobre el terrorismo, en toda la línea, y la estabilidad económica, se lograron paulatinamente. Así pues, la pacificación del país y una economía manejada ortodoxamente, son logros de la gestión de Alberto Fujimori que nos benefician hasta la actualidad, aún a quienes lo odian a muerte y por sesgo ideológico lo nieguen.
LA OTRA CARA DE LA MONEDA
Sin embargo, también hubo graves casos de corrupción y violación de derechos humanos. Estos delitos jamás se podrán escamotear. Las acciones positivas del exmandatario no lo hacen inocente de cualquier delito. Lo inaudito es que sus más encarnizados detractores llegan hasta las Columnas de Hércules del odio y la estolidez en sus acusaciones, lo cual les impide ser imparciales al emitir un juicio.
Es decir, la crítica debe provenir de un análisis honesto y sin apasionamientos, usando el hilo de Ariadna para no perdernos en el laberinto del rencor político que tanto daño nos ha hecho como nación.
Por lo que toca a la prensa, los “diarios chicha” fueron una manera nauseosa y mefítica de destruir a los opositores al gobierno del “Chino”. Las fuerzas armadas, broquel de la patria, fueron tomadas por cúpulas de generales y almirantes corruptos, otro tanto pasaba con la Policía. En estos estamentos más se cuidaba el celo político que la capacidad y mérito de la persona.
Las matanzas de Barrios Altos y la Cantuta, entre otros sucesos siniestros jamás deben ser olvidados para que no se vuelvan a repetir. Pero, los Catones de doble moral denuncian crímenes y violaciones de derechos humanos de un sector ideológico, pero callan los de su propia ideología.
Las ONG de derechos humanos, sus acólitos y sus tontos útiles se desgañitan afirmando que el régimen de Fujimori fue el peor violador de derechos humanos, pero nunca se han preocupado por los derechos humanos de las víctimas de los terroristas, por los derechos humanos de militares y policías que enfrentaron a los subversivos, por los derechos humanos de sus viudas y huérfanos.
Solo un fanático antifujimorista dirá que todo lo que hizo Fujimori estuvo mal, y solo un fanático fujimorista dirá que todo lo que hizo Fujimori estuvo bien. Ambos especímenes son peligrosos para la salud de nuestra feble democracia.
