HISTORIA DE LOS DIENTES DE PLATA QUIRUVILCA

Cruzaron el territorio los adelantados del Imperio Chavín. Sin detenerse. Luego aparecieron los mochicas construyendo pequeñas ciudadelas. Después del dilu­vio, del que hablan las leyendas norteñas, los hijos del Gran Chimú llegaron buscando oro y plata para transformarlos en bellos ob­jetos de arte en sus mara­villosas manos de orfebres consumados. Fue la primera época del auge minero.

Con los incas se espar­ció la lengua quechua y nació su nombre. «Quiru», y «Vilca», «Dientes de Plata». Pasaron los años del esplendor y gloria Incaico, Entonces la conquista.

Comenzamos a vivir el calendario cristiano. Los españoles en su afanosa búsqueda del mítico Dorado, los tesoros escondidos que no llegaron a Quito para el rescate, la ri­queza de las tierras de la futura Provincia de Hua­machuco, encontraron una nueva leyenda: Quiruvilca.

Ya estamos en 1789, Don Pedro Gómez de Solís, antes de llegar a Huamachu­co, descubre en las haciendas de Porcón y Llaray «minas cuyo acceso y explotación, eran prohibidos por los propietarios de aquellos fundos»*
Una avalancha. de explo­radores se toparon con nue­vos filones. Una madrugada cualquiera, aparece por esas tierras don Juan Zúñiga «Muy aficionado al trabajo de minas, cuyos productos oxidados beneficiaba por amalgación, y descubrió los filones de «San Andrés», «La Merced» «El Bronce»,»La Colorad~» y otros»‘:
Años más tarde, entre 1880 y 1881, Luis Albercht «tomó la posesión de 14 pertenencias mineras y con esta base construyó una oficina de amalgamación en cubas americanas, que por la fuerte proporción, de cobre que contenían los minerales y por otras causas, no produjo los resultados que de ellos se esperaba»

Las tierras mineralizadas ‘de Quiruvilca, continuaron atrayendo a mineros de todas las latitudes, y la pe­queña población crecía y decrecía conforme la explotación lo permitía. La familia Gottfried, a Ia muerte de don Luis, recibió la propuesta de su hijo Enrique, para explotar las minas en sociedad tratando el mineral por fundición.

Diversas generaciones vivieron horas de trabajo, esfuerzo y privaciones. Hombres de lucha, sin temor a la feracidad de las tierras. Hurgadores de cerros, vence­dores de la altura. A su lado las heroicas mujeres esperando en sus cabañas de mine­ros al esposo que arranca­ba el mineral para crear la riqueza y el esplendor de Quiruvilca que tanto atrajo a los curtidos y aventureros exploradores.
De ellas creció la entereza y valentía de una mujer cuyo nombre la historia bautizó sobre las pampas gélidas de las alturas como «Las pampas de doña Julia», por los alrededores de la boca mina de Almiranta.

Eran los años aciagos de la Guerra del Pacífico, los invasores avanzaban destruyendo hogares, matando hombres indefensos, violando niñas, adueñándose de’ lo que encontraban a su paso. Las huestes era poco menos que imparables.

Y se presentaron por las alturas, con los ojos enfebrecidos por la codicia en busca de oro y plata. El peligro era grande. Pero a su paso los hombres se defendían con bravura, los huamachucos siguiendo el paso de sus antepasados peleaban con ferocidad. Vino entonces la orden de «no capturar rehenes» sino de matarlos a todos. Andrés Avelino Cáceres, «el Brujo de los Andes» era temido, y querían destruirlo como fuera.

Llegaron los chilenos por las pampas de Quiruvilca al encuentro con su destino en Huamachuco. Doña Julia sabía que los hombres debían de ser defendidos. Sobre todo los indefensos mineros que jamás empuñaron un arma de guerra, pero que eran bravos y osados en la resistencia. En su choza levantada sobre los montículos milenarios horadados por el viento y la lluvia, los reci­bió y ofreció chicha.

La soldadesca sanguinaria creyó comenzar otra noche más de borrachera y abusos. A las pocas horas dé tomar la bebida de los dioses incas, sintieron el estómago abrasado, luego convulsiones y sus cuerpos quedaron regados. Una sola mujer había vencido a una patrulla de invasores.
La mujer quiruvilquina tuvo su bautizo de fuego. Mejor, su diploma de Honor a la Patria. Su belleza cantada por los poetas andinos, su humildad vestida con ropaje de dulzura y sus permanentes muestras de fidelidad, hizo el milagro de una Doña Julia. Como todas, de ayer, hoy y mañana.

La vida no se detuvo.
Pasaron los días aciagos. Vino la reconstrucción nacional. Las fiestas locales eran el único remanso de paz y alegría.
«Los Sres. Gottfried quedaron como únicos poseedores de las minas. Quienes las explotaron con provecho. La mina «El Bronce» se declaró en boya. Se extraían diariamente de 4 a 5 toneladas de minerales de 20 kilos de plata por tonelada métrica».

Era el nuevo periodo de bonanza. Quiruvilca siempre estuvo signada por este péndulo, de la riqueza a la pobreza, y de la pobreza al retorno de la riqueza. Y con ello el abandono de la población, del crecimiento del mismo, con la misma y sorprendente rapidez.
Pero entonces se va forjando una nueva era. Surgirían hoteles modernos, que hoy serían la envidia de muchos lugares turísticos del país, la economía se catapultó y cuentan que hu­bo niños jugando en las calles con Libras Esterlinas de oro, y no hubo mujer por más pobre que fuese con aretes, anillos y prendedores de oro puro.

Eran los años en que «mientras los Gottfried explotaban dichas minas, bajo la dominación de Sociedad «La Victoria» el industrial alemán señor,’ Juan Gildemeister, seguía acción judicial, para incluir esas propiedades en el concurso AIbercht, a quienes don Juan Gildemeister les habilitara diez millones de libras peruanas de oro. Para emplearlo en trabajos mineros de Quiruvilca, y habiendo conseguido su objeto, se fundó la sociedad minera «El. Bronce», constituída por la Testamentería «Gildemeister» que reinicia los trabajos mineros con mejor sentido de organización y amplitud desde el año de 1905 hasta 1918, para vender y traspasar más de veinte pertenencias mineras a la Compañía Northern Perú Minning and Smelting Company, en el año de 1920″

En este lapso de tiempo, entre los inicios del presente siglo hasta 1931, muchas cosas ocurren en Quiruvilca. Ya estamos en la historia reciente, del que sobreviven hombres y mujeres. Y con
ellos quedan también las leyendas que se magnifican conforme pasan los años.
La historia grande de Quiruvilca, nuestros días, recién comienza a formarse.

Fuente: Mario Paredes Aredo.

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