Gorbachëv, perestroika y glásnost

Por Wilson Aranda Roncal
El 30 de agosto, a través de un mensaje de whatsapp, recibí la noticia de la muerte del líder soviético Mijaíl Serguiéevich Gorbachëv. En principio, no lo pude creer. De inmediato, verifiqué las páginas web de algunos medios de comunicación. Era cierto. El iniciador de la perestroika y la glástnost en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) había fallecido. Gorbachëv es, sin duda, una figura polémica que desata y desatará pasiones a favor y en contra dentro y fuera del espacio de la exURSS. Fue su primer y último presidente (1990-1991).
Asumió el poder en 1985 como secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética y poco después implementó la perestroika, que en ruso significa reestructuración, lo cual significó cambios radicales en lo político, social y económico dentro del estado soviético; en tanto que, con la glásnost, traducido como transparencia, se buscó que la sociedad soviética tuviera acceso a la información y pudiera discutir libremente sobre la actividad y funcionamiento de las instituciones y procesos que la influenciaban. En suma, Gorbachëv buscaba democratizar el país. Algo impensable, en aquellos años detrás de la Cortina de Hierro.
Las reformas se aceleraron desde 1987, y, de una economía planificada y controlada se pasó a una economía de mercado, a un capitalismo, en verdad, salvaje. Millones de personas en las exrepúblicas soviéticas quedaron en la inopia. Las mafias de extorsionadores, pululaban en todo el país y campaban por sus respetos ante la inercia de la policía, que tenía en sus cuadros oficiales y subalternos corruptos injertados dentro de organizaciones criminales. Con la oferta y la demanda, los precios de los productos de primera necesidad experimentaron un alza terrible, millones de familias no tenían los ingresos mínimos para subsistir.
En una entrevista años antes de su muerte, Gorbachëv manifestó que él no pensaba disolver la URSS, sino fortalecer y dar paso a un “socialismo con rostro humano”. Pero, los acontecimientos se precipitaron, más aún después del golpe de estado en 1991, cuando un sector político y el Comité de Seguridad del Estado (KGB) trataron de detener las reformas, pero fueron rápidamente defenestrados. El autor de estas líneas estudiaba, a la sazón, en Rusia, por lo que fue testigo de tan cruciales hechos históricos.
El 8 de diciembre de 1991, quedó oficialmente disuelta la URSS. Este inmenso país desaparecía del mapa mundial, lo que fue el desastre geopolítico más grande del siglo XX. Lamentablemente, las esperanzas de Gorbachëv de desarrollar un trabajo de confianza recíproca y desarme en favor de la paz mundial con Estados Unidos no se cristalizaron por los intereses hegemónicos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que anunció su conversión de alianza militar en política y aseguró no extenderse hacia el este. Lo cual resultó una añagaza para debilitar a Rusia. Justamente, hoy vemos cómo la OTAN quiere incluir como miembro a Ucrania y la apoya en el conflicto con la Federación Rusa.
Las dos más grandes figuras de la URSS son Vladímir Ilich Uliánov (Lenin), quien la fundó, y Mijaíl Serguiéevich Gorbachëv, quien la destruyó. En cuanto a la valoración o apreciación del proceso por él iniciado, debo recordar que la perestroika aún tiene y tendrá detractores y panegiristas. Además, cuentan que en 1972 al dirigente chino Chou Enlai le preguntaron qué pensaba de la revolución francesa (1789), a lo cual contestó que había pasado muy poco tiempo para formarse una opinión.

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