DESGLOBALIZACIÓN Y NUEVO ORDEN MUNDIAL
Por: Jorge Yeshayahu Gonzales-Lara
Desde su irrupción en el escenario político internacional, el trumpismo ha reconfigurado los fundamentos de la gobernanza global. Más allá de su carácter electoral o populista, se ha consolidado como una doctrina política con implicancias estructurales, especialmente en la geopolítica y en la arquitectura económica internacional. Aunque no articula una teoría económica coherente, el trumpismo representa un proyecto político reactivo que ha acelerado la desglobalización, erosionando los pilares del orden liberal global.
En términos doctrinales, el trumpismo promueve un nacionalismo económico centrado en la soberanía estatal y la confrontación con instituciones multilaterales. La adopción de políticas arancelarias, la repatriación industrial y el retiro de acuerdos globales configuran una estrategia de aislamiento estratégico, no fundada en una escuela económica formal, sino en una narrativa simbólica de restauración nacional. Este fenómeno ha generado un efecto cascada en otros liderazgos del mundo, que replican esta lógica de repliegue geopolítico.
En esta nueva fase de desglobalización, observamos una fragmentación del multilateralismo, el ascenso del realismo competitivo y el debilitamiento de mecanismos de cooperación como la ONU, el FMI y la OMC. En su lugar, se privilegia el poder militar, el control migratorio y la supremacía energética como instrumentos de afirmación nacional. Esta ruptura ha producido efectos estructurales: el debilitamiento del comercio global, la crisis ambiental internacional y el auge de regímenes autoritarios que siguen la retórica trumpista.
El trumpismo expresa una fase crítica de hegemonía: una transición entre el declive del poder unipolar estadounidense y el ascenso del Sur Global y de potencias como China. Esta transición no es sólo económica, sino epistemológica: desafía el consenso liberal y da lugar a un nuevo orden segmentado y conflictivo. En este contexto, China promueve una globalización alternativa; Rusia disputa la geopolítica energética; y América Latina, Asia y África exploran rutas de autonomía multipolar.
En lo simbólico, el trumpismo representa una ideología de ruptura. No se propone solucionar las contradicciones del capitalismo global, sino ofrecer un relato identitario a sectores precarizados que han perdido representación. Este relato se articula en torno al miedo al otro, la nostalgia del pasado y el rechazo a las élites globales.
Distinción entre teoría política del trumpismo y teoría económica
El trumpismo como teoría política: ideología reactiva y narrativa de poder
El trumpismo no puede considerarse una teoría económica en sentido clásico, pero sí se constituye como una teoría política implícita con efectos estructurales. Esta teoría se articula en torno a una narrativa identitaria y nacionalista, con los siguientes componentes:
- Centralidad del Estado-nación frente a la globalización liberal.
- Restauración de una comunidad imaginada amenazada por “el otro” (inmigrantes, élites globales, acuerdos multilaterales).
- Reacción contra las élites políticas y tecnocráticas, presentando al líder carismático como «salvador».
- Militarización de la frontera y securitización del espacio nacional como respuesta simbólica al miedo social.
- Performatividad populista: el trumpismo apela más a la construcción de afectos colectivos (Žîžek, Laclau) que a un corpus normativo coherente.
Ausencia de una teoría económica estructurada: eclecticismo y pragmatismo
A diferencia de doctrinas como el keynesianismo, el monetarismo o el neoliberalismo, el trumpismo no representa una escuela económica formal. Su enfoque económico es más bien reactivo, contradictorio y coyuntural, con rasgos como:
- Proteccionismo selectivo: aplicación de aranceles y guerra comercial (principalmente contra China), sin una estrategia industrial integral.
- Repatriación manufacturera sin planificación estructural de competitividad.
- Reducción de impuestos corporativos sin redistribución social.
- Desdén por el multilateralismo económico (OMC, NAFTA, TPP).
- Nacionalismo energético: impulso de la industria fósil en detrimento de las políticas ambientales globales.
Paradójicamente, este proceso reactivo ha visibilizado las grietas del modelo neoliberal: la injusticia del régimen migratorio internacional, la desigualdad estructural y la exclusión de los migrantes esenciales. Ha desencadenado, además, procesos de politización desde abajo. Comunidades migrantes han reorganizado redes de solidaridad, se han movilizado en defensa del voto exterior y han formulado reivindicaciones colectivas de ciudadanía.
Frente a la segmentación de derechos y la clausura nacionalista, ha emergido una nueva reflexión en torno a la ciudadanía. Conceptos como ciudadanía por contribución, ciudadanía flexible (Ong) y ciudadanía vivida (Levitt) ganan fuerza como respuestas al paradigma territorial. Los derechos humanos se afirman como un marco normativo mínimo de inclusión, más allá del estatus migratorio.
En esta coyuntura, se han fortalecido los movimientos transnacionales por los derechos de los migrantes. Estos procesos han dado lugar a nuevos marcos teóricos (cosmopolitismo insurgente, fronteras porosas) y a una producción epistémica desde las propias comunidades migrantes. La diáspora, en este sentido, deja de ser objeto de políticas para convertirse en sujeto político y geopolítico.
En el caso latinoamericano, y particularmente el peruano, la diáspora ha asumido un protagonismo creciente. Ha exigido reconocimiento constitucional, representación parlamentaria y ha impulsado nuevos vínculos con el país de origen basados en la justicia histórica. La agencia diaspórica se convierte así en un factor de democratización transnacional.
Síntesis final
La desglobalización reactiva y el trumpismo, como ideología de fractura, han tenido efectos contradictorios. Si bien han promovido exclusión, también han dado lugar a la emergencia de un sujeto transnacional más consciente y articulado. Este nuevo actor redefine la ciudadanía, la pertenencia y la justicia desde una perspectiva transfronteriza. La tarea ética y política del siglo XXI consiste en responder a este desafío con nuevas instituciones, nuevas gramáticas y nuevas formas de convivencia global.
Referencias bibliográficas
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