Por: Amaro Rodríguez S.
Desempeñarnos en el camino de la vida como nuestra madre lo quisiera, comportándonos como buenos hijos, solidarios con mayor razón en familia, ser trabajadores, honrados, respetuosas de todas las personas sin condición social alguna, diciendo siempre la verdad y superándonos, es el mejor regalos que recibe una madre de sus hijos.
Ser buena persona colisiona con la ambición desmedida, que empujen atropellar derechos ajenos, a traicionar, a robar y una gama de corrupción, aunque para una madre no hay hijo malo, pero nuestros principios morales y éticos nos marcan la .línea roja que no debemos cruzar, de hacerlo estamos contradiciendo las enseñanzas y consejos de nuestras madres.
Muchos tenemos la suerte de tener nuestras madres vivas compartiendo el cariño hogareño, otros los menos hemos, como yo, perdimos a nuestras madres. la muerte no las quitó, pero su recuerdo, su alma merodea siempre a los suyos. Se regocija cuando sus hijos están cumpliendo sus enseñanzas, pero se entristecen cuando dejan de ser buenos hijos y manchan sus apellidos por humildes que fueran.
Con mis hijas visitamos la tumba de mi madre en el cementerio de Poroto, fallecida hace más de 30 años y hasta la fecha siento su bendición, con la ayuda de nuestros Dios fui favorecido con una gama de trabajo, con la particularidad de no haber ido a tocar puertas por trabajo, sino que llegaron a mi, invitándome a un sinnúmero de trabajos.
Recuerdo que en Iquitos tuve las mayores oportunidades laborales, un día decidí llevar a toda mi familia a Iquitos, con ese propósito alquila una amplia vivienda con numerosos dormitorios y más de 35 meros de fondo, un día compré los pasajes aéreos entusiasmado por la experiencia que iba a tener mi madre, que no había viajado, ni a Chimbote ni a Chiclayo, pero voló a Iquitos.
Con su presencia viví los momentos más felices de mi vida en la amplia casa de Iquitos, tenía un largo pasadizo de 35 metros por 1.80 metros de ancho, allí practicaban en triciclos mis dos hijas mayores, que escasamente alcanzaban los pedales, en época de lluvias vi a mi madre que observaba y reía al ver que las aguas de la lluvia se llevaban los juguetes hasta el fondo donde había un jardín y una pequeña cocha.
En esos momentos de lluvia reían mis hijitas y mi madre. esa escena de alegría, me emocionó tanto, solo sonreí y de tanta felicidad que me embargaba y lloré de alegría, y puedo asegurar que ese día fue el más feliz de mi vida.