Marco Aurelio era ya un cuarentón cuando le exigía a Rosa, el ama de llaves de la casa, comprar dos potes de mermelada a la semana. Aseguraba «el doctor» –así lo llamaba Rosa, aunque su jefe no ostentase ningún título doctoral– que el rico dulce tenía propiedades beneficiosas para el cerebro y la memoria. Tenía que ser de la marca Susy. Le encantaba su color bermellón y su textura durita. Pero cuando dejó de venderse, tuvo que reemplazarla por otra que no satisfacía del todo su goloso paladar. Así es…
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