Por: Amaro Rodríguez S.
Deslizándose en forma serpenteante entre una exuberante vegetación, los ríos y las cochas que se formas a sus costados por desnivel de los suelos, son parte de una grandiosa despensa donde la naturaleza guarda y ofrece a la población amazónica, para alimentarla y conservar su salud desde tiempos inmemoriales.
En ese ambiente fluvial cobijado por una exuberante vegetación, se reproduce un sinnúmero de variedades de exquisitos peces, convirtiéndose en la fabulosa despensa natural donde se guardan el alimento que proporciona proteínas a sus habitantes, especialmente a las familias más empobrecidas, a causa de la desigual y arbitraria distribución de la riqueza que nos ofrece gratuitamente la madre naturaleza.
Casi toda la población ribereña conoce el arte de la pesca, que sirve para su propia alimentación y para comercializarla en los mercados de las ciudades a donde también trasladan productos agrícolas y en abundancia que generosamente proporciona la selva amazónica, además del trabajo del mitayo dedicado a la caza, ahora en menos cantidades cierra el círculo de la actividad productiva que iguala a todos los hijos del pueblo amazónico, aunque también hay brotes de discriminación y tildan de “balsachos” a los que viven en balsas.
La exuberancia de la selva con su flora, fauna de abundantes aves de colorido plumaje y y armonía de sus cantos y multicolores mariposas, embrujan a las personas sensibles que aprecian la naturaleza en toda su dimensión y a la que debemos protegerla, como protegemos a nuestras madres.