Por: Amaro Rodríguez S.
Por la inmensidad y polifacética selva peruana, una conjunción de variada foresta, con serpenteantes ríos con abundantes peces de todo tamaño, aves multicolores, con sinfonía de armoniosos sonidos de aves, interrumpido por extraños ruidos, lluvias, truenos y relámpagos, dan vida a cuentos fantasiosos y genera una atmósfera que embruja a los visitantes que aman a la naturaleza, como en mi caso.
Después de recibir alegrías por reencontrarse con esas selva, testigo de mis sueños juveniles, a los 19 años tras terminar la secundaria, llegué por primera vez a Tarapoto en un avión de TAM (Transportes ´Aéreos Militares), bañándome en las aguas del rio Cumbaza. Antes todo un señor río, hoy con escasas aguas por ser captadas para regadío.
En Tarapoto tendido sobre el lecho del río Cumbaza entre piedras, se perfilaron con nitidez mis sueños, como lo tenemos todo, aspiramos alcanzar una lugar en la sociedad y ser útil a nuestra familia, bajo las sombras proyectadas por los árboles,. Allí se definieron algunos de mis sueños inmediatos de ser un estudiante universitario, vi algo alto para mí, vi la escalera y decidí ya mismo empezar a subir escalón por escalón. Hay que volar tan alto como nos lleva nuestros sueños.
La selva en el año y medio que estuve en San Martín y nueve años en Iquitos, interactué en una sociedad con gente alegre, con trato muy horizontal nutriéndome de sus comidas típicas como un pescado asado en parrilla con su café por las mañanas, jugos de frutas, no me permiten olvidar la selva, es una alegría retornar y una nostalgia abandonarla.