Jorge Yeshayahu Gonzales-Lara
Sociólogo, MBA, Marketing
laramiami@yahoo.com
El escenario político del Perú atraviesa una crisis sistémica de larga data, marcada por la inestabilidad institucional, la corrupción estructural y una ciudadanía cada vez más alejada de sus representantes. La constante rotación presidencial, el descrédito del Congreso y la escasa confianza pública en los actores políticos evidencian el profundo deterioro de la legitimidad democrática.
Este contexto se alinea con lo que el sociólogo Boaventura de Sousa Santos define como “democracia de baja intensidad”: un modelo que conserva las apariencias democráticas —como elecciones periódicas y separación de poderes—, pero carece de una práctica política verdaderamente participativa, representativa e inclusiva. En este tipo de democracia, las instituciones existen, pero están vaciadas de contenido social; funcionan formalmente, pero no garantizan justicia ni equidad.
Sousa Santos argumenta que este modelo es funcional al capitalismo neoliberal, en tanto permite preservar la lógica del mercado mientras limita las transformaciones sociales profundas. En su obra Para una democracia de alta intensidad, advierte que la democracia representativa, aislada del resto del entramado institucional, se convierte en una excepción dentro de un sistema dominado por relaciones autoritarias. Así, el voto se mantiene, pero la soberanía popular se diluye entre élites políticas, empresariales y mediáticas.
En el Perú, esta realidad se traduce en el colapso de los partidos políticos como canales de representación. Convertidos en plataformas personalistas o electorales de ocasión, carecen de propuestas ideológicas coherentes y de mecanismos de rendición de cuentas. La ciudadanía, desilusionada, se refugia en el escepticismo o el abstencionismo, reduciendo su participación a un voto de castigo o resignación.
Este deterioro institucional también refleja una desconexión profunda entre el Estado y las necesidades reales de la población. Las decisiones políticas muchas veces responden a intereses corporativos o caudillistas, mientras que las voces de los sectores más vulnerables quedan excluidas del debate público. No existen canales efectivos de deliberación ni espacios donde los ciudadanos puedan incidir en la toma de decisiones de manera sostenida y significativa.
Frente a esta situación, el reto no es solo renovar las formas de la política, sino redefinir el concepto mismo de democracia. Una democracia no puede limitarse al ritual electoral cada cinco años. Debe ser un proyecto vivo de justicia social, participación activa y redistribución del poder.
Reflexionar sobre la democracia peruana desde esta perspectiva no es un ejercicio académico abstracto. Es, más bien, un llamado urgente a imaginar y construir nuevas formas de organización política, más horizontales, inclusivas y transformadoras, que devuelvan a la ciudadanía su lugar en el centro del proceso democrático.
CARACTERÍSTICAS DE LA DEMOCRACIA DE BAJA INTENSIDAD EN EL PERÚ
Hablar de democracia en el Perú es mirar un espejo fragmentado, donde las formas persisten, pero la sustancia parece haberse desvanecido. Si bien el país mantiene elecciones regulares, lo que a primera vista podría parecer una democracia saludable, lo cierto es que detrás de ese formalismo electoral se esconde una profunda fragilidad institucional.
Los partidos políticos, en su mayoría, han dejado de ser espacios de formación cívica o representación ideológica. Se han convertido en vehículos personalistas, improvisados, sin propuestas claras ni estructuras internas sólidas. Esta falta de institucionalidad programática alimenta un ciclo vicioso de crisis y decepción.
La desconfianza en las instituciones ha alcanzado niveles alarmantes. La corrupción se ha vuelto estructural, atravesando presidentes, congresistas y autoridades locales. La sensación de impunidad y el hartazgo ciudadano han vaciado de legitimidad al sistema político. No es casual que, según el Barómetro de las Américas (LAPOP, 2023), solo el 12% de los peruanos confíe en el Congreso. Un porcentaje que refleja no solo desilusión, sino un divorcio entre representantes y representados.
Dimensión | Descripción |
Participación | Limitada a votaciones esporádicas; baja intervención ciudadana en decisiones. |
Representación | Dominio de élites políticas, partidos desconectados de la sociedad civil. |
Estado de derecho | Selectivo y débil; justicia influenciada por intereses políticos o económicos. |
Derechos sociales | Reconocidos formalmente, pero sin garantías efectivas (salud, educación, trabajo). |
Medios de comunicación | Concentrados en grandes corporaciones; refuerzan el status quo. |
Cultura política | Apatía, escepticismo o resignación frente a la política. |
En este contexto, la ciudadanía ha optado por retirarse. La participación activa ha sido reemplazada por el escepticismo, el silencio y, muchas veces, la abstención. El acto de votar se ha reducido a una herramienta para castigar o rechazar, más que a una expresión de compromiso colectivo con un proyecto de país.
Además, los llamados “poderes fácticos” —empresariales, corporativos, mediáticos o incluso mafiosos— parecen tener más capacidad de incidencia que el propio pueblo. El Estado, atrapado entre intereses particulares y la parálisis institucional, no logra impulsar reformas de fondo en sectores clave como salud, educación o justicia.
Y si bien se ha hablado durante décadas de descentralización, la realidad muestra otra cosa. Las regiones siguen marginadas del poder real. El centralismo limeño dicta el ritmo, mientras la representación desde el interior del país es más simbólica que efectiva. La promesa de un país plural y equitativo aún no ha dejado de ser eso: una promesa.
Esta semblanza no es un diagnóstico pesimista, sino una invitación urgente a repensar la democracia más allá de las urnas. A comprender que sin instituciones sólidas, ciudadanía activa y voluntad de transformación, la democracia en el Perú seguirá siendo de baja intensidad: presente en el papel, ausente en la vida cotidiana de millones de peruanos.
EL CONGRESO COMO REFLEJO ENTRE LAS FORMAS Y EL VACIO
En el corazón de la democracia peruana, el Congreso debería ser el espacio donde convergen las voces de los ciudadanos, de un pueblo de una nacion, donde se forjan consensos y se trazan los caminos del país. Pero hoy, más que nunca, el Parlamento parece haberse convertido en el espejo más claro de la crisis política que atraviesa el Perú. Lejos de equilibrar poderes, se ha transformado en un escenario de obstrucción, de negociaciones en la sombra y de agendas impulsadas más por intereses personales o corporativos que por el bienestar colectivo.
La fragmentación parlamentaria no solo ha hecho inviable la gobernabilidad, sino que ha vaciado de contenido la representación política. Las bancadas, carentes de ideología y de propuestas de país, se multiplican como reflejo de un sistema descompuesto, donde la lealtad es más transaccional que programática. El Congreso ya no articula sueños colectivos de todos los ciudadanos de la nacion, de los trabajadores, de los emprendedores, de los empresarios y de las clases medias; administra conflictos, a veces los provoca, muchas veces los prolonga.
POPULISMO, TECNOCRACIA Y VACÍO IDEOLÓGICO
En este clima, la política se ha bifurcado en dos caminos igualmente problemáticos. Por un lado, el populismo se alza con discursos de orden, promesas de castigo ejemplar y un nacionalismo reactivo. Por el otro, la tecnocracia propone recetas eficientistas que, aunque bien estructuradas, suelen estar divorciadas de las realidades y angustias del ciudadano común. Ambos discursos evitan el verdadero desafío: dialogar con la ciudadanía, escuchar las demandas del Perú profundo y construir, desde ahí, una visión de país que incluya a todos.
La economía, celebrada por décadas como ejemplo de estabilidad macroeconómica, ha dejado atrás a millones. Mientras las cifras mostraban crecimiento, los mercados no alcanzaban a sanar las heridas de la exclusión. El modelo neoliberal instalado desde los años noventa ha consolidado una democracia más funcional al capital que al ciudadano: una democracia que respeta las reglas del mercado pero descuida la redistribución del poder, la equidad social y la justicia territorial.
El resultado es un tejido social debilitado, marcado por la desconfianza, la migración forzada, la pobreza persistente y una violencia estructural que no solo se manifiesta en el crimen, sino también en la indiferencia del Estado ante los más vulnerables. La democracia peruana, en esta semblanza, es como una casa que aún mantiene su fachada, pero cuyas bases tiemblan con cada crisis no resuelta.
Durante décadas, el Perú ha sido presentado como un modelo de estabilidad macroeconómica en la región. Las cifras de crecimiento, control fiscal y apertura al mercado parecían confirmar ese relato. Sin embargo, tras la superficie de los indicadores económicos, se ha gestado una paradoja dolorosa: la democracia no ha marchado al ritmo de la inclusión social ni de la redistribución del poder.
Mientras las cifras mostraban bonanza, en los márgenes del país se multiplicaban los cinturones de pobreza, la informalidad laboral, el desencanto ciudadano y la migración forzada. El modelo neoliberal, implementado con disciplina desde los años noventa, no solo ha consolidado una economía de mercado, sino que ha profundizado desigualdades históricas y debilitado el tejido social. La exclusión ha dejado de ser una herida para convertirse en una condición estructural.
La democracia peruana, atrapada entre el mercado y la desigualdad, se ha vaciado de sentido para muchos. En los cerros, en la Amazonía, en las provincias olvidadas, el Estado es una promesa ausente; y en las grandes ciudades, el ciudadano sobrevive en un entorno donde los derechos se gestionan más como favores que como garantías. ¿Cómo avanzar hacia una democracia real, profunda, inclusiva? ¿Cómo salir de esta versión disminuida y fatigada del pacto democrático?
LOS RETOS SON MÚLTIPLES Y URGENTES:
- Reforma del sistema político y electoral.
No es posible hablar de democracia con partidos políticos sin estructura ni ideología, muchas veces capturados por intereses personales o económicos. La ciudadanía necesita representación real. Urge democratizar internamente los partidos, eliminar el financiamiento oscuro y diseñar un sistema más proporcional que refleje la pluralidad del país.
- Educación cívica y participación ciudadana.
La democracia no se defiende solo con votos, sino con ciudadanos activos, informados y comprometidos. Recuperar el espacio público como lugar de deliberación, diálogo y construcción colectiva es clave para romper con el círculo de apatía y desafección que carcome al sistema.
- Descentralización real y equidad territorial.
Lima no puede seguir siendo el centro absoluto del poder político, económico y simbólico. Reequilibrar la relación entre la capital y las regiones exige más que discursos: requiere transferencias reales de competencias, autonomía presupuestaria y mecanismos de vigilancia ciudadana que den voz a las periferias.
- Justicia social y redistribución del poder.
No hay democracia donde persiste la exclusión. Un nuevo pacto social debe ser capaz de incorporar a los históricamente a todos los ciudadanos del Peru a los marginados: pueblos indígenas, mujeres, jóvenes, migrantes, trabajadores informales. No se trata solo de representarlos, sino de escucharlos, integrarlos y reconocerlos como actores fundamentales del destino colectivo.
LA ENCRUCIJADA HISTÓRICA DEL PERÚ
El Perú no está ante una simple coyuntura electoral ni frente a una crisis pasajera de representación. Lo que enfrenta hoy es una encrucijada histórica que interpela no solo a sus élites políticas, sino a toda la ciudadanía. No basta con cambiar rostros ni prometer reformas desde el marketing político; lo que el país necesita es una reinvención radical de su pacto democrático, una refundación ética e institucional que coloque en el centro la dignidad humana, la justicia social y la soberanía.
Salir del círculo vicioso de la democracia de baja intensidad —esa donde las elecciones existen, pero los derechos se ausentan— requiere mucho más que voluntad desde arriba. Supone desmontar estructuras profundas de exclusión, corrupción y clientelismo, que han convertido al Estado en un espacio colonizado por intereses privados, cuando debería ser el instrumento de lo público, del bien común.
Una democracia plena no se mide por la cantidad de urnas instaladas, sino por la calidad de vida que garantiza a su gente. Es aquella donde las instituciones funcionan sin discriminación, donde la justicia no se negocia, donde la participación ciudadana se ejerce todos los días y no solo cada cinco años. Alcanzar esa democracia exige decisión política, sí, pero también movilización social consciente, educación cívica transformadora y un compromiso sostenido con la transparencia, la igualdad y los derechos fundamentales.
Lamentablemente, el Perú, como otros países de América Latina, comparte rasgos comunes que lo mantienen anclado en una democracia de baja intensidad:
- Una corrupción sistemática que erosiona la confianza pública y degrada la relación entre el Estado y sus ciudadanos.
- Desigualdades estructurales, que impiden a millones de peruanos acceder a servicios básicos, justicia y oportunidades reales de progreso.
- Una participación política fragmentada y desilusionada, minada por el desencanto y la falta de canales de incidencia efectiva.
- Gobiernos cooptados por élites económicas, más atentos a proteger privilegios que a construir equidad.
Frente a este panorama, el reto es imaginar colectivamente una democracia distinta. Una donde la ética pública no sea un discurso vacío, sino una conducta cotidiana. Donde la ciudadanía no solo vote, sino que decida y vigile. Donde el Estado no sea un botín a repartir, sino una herramienta común para construir futuro compartido.
El Perú está a tiempo de cambiar su rumbo. Pero esa transformación no vendrá sola. Será el resultado de un proceso lento, sostenido, y necesariamente colectivo. Solo si se logra articular una voluntad común que trascienda intereses individuales y corporativos, el país podrá decir con verdad que su democracia pertenece a todos y sirve a todos.
Ese es el reto histórico. Y también, la esperanza.
Miami, Florida, Marzo 21, 2025.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
- Boaventura de Sousa Santos (2006). La refundación del Estado en América Latina. Bogotá: Siglo del Hombre Editores.
- Boaventura de Sousa Santos (2002). Democratizing Democracy: Beyond the Liberal Democratic Canon. Verso.
- Barómetro de las Américas / LAPOP (2023). Informe de Perú: Confianza Institucional y Cultura Política. Vanderbilt University.
- Steven Levitsky & Daniel Ziblatt (2018). How Democracies Die. Crown Publishing Group.
- Guillermo O’Donnell (1994). Democracia delegativa. Revista Nueva Sociedad, (133), 4-19.
- Flavia Freidenberg (2011). Partidos políticos y sistemas de partidos en América Latina. UNAM.
- Fernando Tuesta Soldevilla (2019). Reforma Política en el Perú: Diagnóstico y propuestas. Comisión de Alto Nivel para la Reforma Política.
- Claudia Hilb (2007). El revés del derecho: Ensayos sobre el populismo y la justicia. Katz Editores.
- Pierre Rosanvallon (2008). La contrademocracia: La política en la era de la desconfianza. Manantial.