El bicho que mata a los policías

Yuri Castro

Por Yuri Castro

Periodista

El nombre de Mark Felt tardó años en salir a la luz. Felt es el agente especial del FBI de los Estados Unidos que en la década de los 70 filtró importante información a Bod Woodward y Carl Bernstein, los periodistas del Washington Post, que permitió destapar las actividades ilegales para lograr la reelección del presidente Richard Nixon, quien dimitió al cargo por estar involucrado en tremendo escándalo.

El agente de inteligencia fue refugiado, como fuente periodística, bajo el seudónimo de Garganta Profunda y éste mantuvo su identidad secreta durante 33 años, hasta que en el 2005 decidió contar la verdad en una entrevista publicada en la revista Vanity Fair.

Pertenecer a las fuerzas armadas y del orden de cualquier país no es una tarea fácil. Se tiene que luchar contra los demonios internos y externos, sin derecho a gritar con facilidad la pobredumbre, que, como estiércol, está impregnada en su institución, y resignarte, además, a permanecer bajo el anonimato cada vez que hay un importante logro. Las sombras es tu espacio y los galardones se los llevan otros, los altos oficiales (no en todos los casos, por supuesto), muchas veces desde sus escritorios, sin siquiera pisar la calle y menos enfundar un arma de fuego.

En Trujillo, han fallecido, hasta el momento, 14 policías, quienes contribuyeron al ascenso de capitanes, mayores, comandantes, coroneles y generales de turno. Conocí a tres ellos, los suboficiales Marco Ortiz Vásquez, Wilfredo Góngora Guerra y Wilfredo Mantari Fernández, sobre todo a este último. Mantari trabajó durante años en diferentes unidades de inteligencia y, al igual que todos los que han muerto, se entregó de cuerpo y alma en su trabajo. Era fuente y siempre respetó la labor periodística. “Viejo, te entrego esto, el resto es tu ‘chamba’, indaga, profundiza”, me decía ‘Manolo’ o ‘Wil’, como lo conocían sus compañeros y amigos. En los últimos años, de manera recurrente, adelantaba que ya quería pedir irse a descansar. “Esta es mi última ‘chamba’ y me voy a mi casa”, me confesaba tras un operativo en el que se desarticulaba una organización criminal. Nunca lo hizo, hasta que el bicho se lo llevó y su nombre saltó recién a la luz. Mark Felt murió el 2008, a los 95 años, en una clínica geriátrica, después de decir que se iba a tomar una siesta. Felt se fue en paz y satisfecho de cumplir con su patria. Su muerte fue natural. A los 14 policías trujillanos no los mató el coronavirus. A ellos los mataron los oscuros personajes que visten de verde olivo de su propia institución que adquirieron mascarillas de pésima calidad y con un precio por encima del mercado, que les ordenaron salir a la calle en época de epidemia con esos implementos para llenar el cuadro de productividad de intervenciones de infractores del estado de emergencia y su gestión quede bien ante los ojos del Gobierno. Les aseguro que esos bichos son peor que el Covid-19.

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